¡Feliz Navidad, amigos!
Estas fechas suelen movernos a la reflexión y es que, estamos tan ocupados todo el tiempo, nos invaden tanto y en tan distintas formas las presiones económicas, que el día a día suele llevarnos a estar más concentrados en el tener, que en el ser. Yo misma he pasado por esto en alguna época de mi vida, cuando fui madre joven, pero la vida me ha ido demostrando que eso nunca era lo más importante. Quizás al leer esto, algunos de ustedes pensarán que “las penas con pan son menos”, como dice el dicho, y que el tener para vivir es indispensable para ser feliz, sobre todo en la actualidad con los continuos bombardeos de mercadotecnia e invitaciones al consumo.
La falta de tiempo de calidad con nuestros hijos nos hace sustituir nuestra presencia con un buen gadget, de ésos que tienen algunos amigos del grupo escolar o deportivo, o de ésos que anuncian en las redes; hoy los Pokémones son los compañeros fieles de algunos niños y hasta los adultos lo promueven como algo novedoso, algo que hace que el niño “pertenezca” a una tribu.
Sin duda, los seres humanos buscamos nuestra tribu social y a veces nos confundimos y llegamos a la tribu equivocada. Opino y seguiré opinando que esto sucede cuando nuestro auto-concepto está errado, cuando nuestros padres, maestros, amigos, familiares nos han hecho creer que somos lo que no somos. En la niñez y la adolescencia nos creemos todo lo que nuestros padres nos dicen, a veces hasta cuando nos reprenden con adjetivos erróneos o cuando quieren cumplir sus sueños por medio de nosotros, aquellos que no pudieron llevar a cabo en su juventud por la misma razón: un auto-concepto erróneo, ya que sus padres, en su ignorancia, hicieron lo mismo con ellos, les dijeron que eran ingenieros y en realidad eran artistas, les dijeron que eran bailarines y resultó que no, que eran médicos. Cuando los padres soñamos ser lo que no fuimos a través de nuestros hijos, algo nos impide ver su elemento real para guiarlo hacia su verdadero ideal, no nos damos cuenta de que nuestros hijos son personas diferentes a nosotros y de que su camino será totalmente diferente.
Entre las responsabilidades que tenemos los padres es percatarnos de esos talentos y promoverlos; la escuela, por su parte, debe crear un ambiente propicio en el que los niños se conviertan en individuos seguros de sí mismos, así como reforzar los talentos por medio de aprender a aprender, todo aquello que se propongan con alegría y éxito, por añadidura.